martes, 31 de julio de 2007

Bajo el velo, la regresión


¿Por qué las mujeres llevan velo? Partiendo de esta reflexión, en un programa de televisión sobre ese tema, una mujer planteó esa pregunta a otra. "¿Por qué van tapadas las mujeres con el velo? Porque son objeto de deseo. Y entonces yo me pregunto: Y los hombres ¿no son objeto de deseo para las mujeres? ¿Por qué no se tapan con el velo también? La cuestión del deseo femenino se hace de pronto fundamental. Está claro que la sociedad, la cultura, modelan un lugar y unos comportamientos que van a ser reproducidos si el hombre y la mujer no toman conciencia de esa "normalización". Los hombres desearían, las mujeres serían deseadas; se sobreentiende que ellas no tienen deseo (la sociedad, los hombres no se lo reconocen). Las mujeres serían objeto de deseo y, por esa razón, deberían someterse a la lógica del deseo de los hombres: suscitarlo o no suscitarlo, enseñarse, ocultarse, limitarse a ciertos espacios; en suma, actuar, pensar, hablar... adaptándose al deseo masculino. Las mujeres no tendrían deseo, serían objeto de deseo: objeto y no sujeto. Cruzarse con una mujer velada es enfrentarse a un ser humano desposeído de su libre albedrío, es percibir la dimensión de su baja estima, de su rechazo, de la violencia impuesta a través de esa obligación de esconderse, de disimularse, de estar debajo. Reducir la visibilidad implica una voluntad de reducir el ser: pero ¿hasta dónde? Es una fúnebre puesta en escena que rechaza en la sombra, y lanza el oprobio, el desprecio sobre ese ser humano que pertenece al mundo de los vivos, a la vida. La no visibilidad es como lo no dicho, como una negación primaria, enconada, asesina de la evidencia de la vida. Es como si el hombre dijera, a través de la imposición del velo a la mujer: "No quiero verte. No tienes derecho al mismo título que nosotros, los hombres". Y ella, bajo su cuerpo velado, podrá decir: "No quieren que me muestre, que esté ahí, que esté simplemente". El espacio público está reservado a los hombres, las mujeres no pueden aparecer sino a modo de sombras. No hay lugar para un mismo espacio social en el espacio de la ciudad. Sólo el espacio íntimo podrá ver a la mujer sin velo, pero bajo la mirada y la voluntad de un solo hombre propietario: la mujer está reducida al estado de una cosa, a su cosa, bajo su arbitraria ley. Es la mujer-cuerpo, portadora y soportadora del deseo con el que el hombre va a jugar. "Tú no existes, o únicamente si yo, el hombre, lo quiero: tu padre, tu hermano, tu marido y toda la comunidad de hombres que hay detrás de mi". Para la mujer velada, cuestionar el velo es cuestionar el orden patriarcal, y reconocer en primer lugar su situación de víctima, de oprimida. En una sociedad enteramente organizada en torno a la negación de la realidad de las mujeres ¿cómo construir una identidad que las valore? No es la mujer la que decide, la que elige, llevar el velo (a menos que reproduzca la alienación que se le ha impuesto: en este caso el velo se pone delante como un signo de valor inverso, de identidad reivindicada, yendo al encuentro de una toma de conciencia de su situación real de oprimida, de víctima). Es el hombre el que decide por ella, en tanto que objeto de su deseo, de la que se reclama el propietario (de ese objeto-mujer). Ella no existe como sujeto. Está negada, sencilla y llanamente. El hombre está solo en su relación con la mujer: él decide, ella no es más que el objeto con el que juega, aunque disfruta: objeto de deseo, objeto de placer, un ser reducido a su cuerpo. No hay humanidad en esa soledad autoritaria, todopoderosa, porque el otro (la mujer) no tiene la palabra, no es reconocido como sujeto al mismo nivel que él. El laicismo según el diccionario Larousse es: "Sistema que excluye a las Iglesias del ejercicio del poder político o administrativo y, en particular, de la organización de la enseñanza". Esto sitúa a la cuestión religiosa en la esfera de lo individual e implica que lo que ha de regir la vida de los ciudadanos en el Estado se basa en un sistema de derecho. Despojada de la religión, la ley "laica" se inscribe en el registro de lo real, si así puede considerarse una sociedad jerarquizada y de dominio masculino. Si el territorio de lo religioso no es discutible (es el derecho "divino"), el del derecho lo es más fácilmente: instituye un tercero (derecho de mirada de la ley, de la comunidad) donde se impone la ley religiosa (y se interpreta) como verdad sagrada. Las mujeres, en el contexto del laicismo, han encontrado un espacio de libertad más grande (autonomía respecto a los hombres, limitación de los nacimientos, etc.) que hay que defender constantemente, y hacer evolucionar. Aceptar el velo en el contexto de la enseñanza es deliberadamente cortar las alas a todo lo que se ha logrado con el laicismo, es dejar a los poderes religiosos y su oscurantismo velar y reprimir de nuevo las conciencias, es volver a la regresión intelectual, social y humana. Lo que es evidente, y visible en ciertas culturas, resulta mucho más sutil e indirecto en otras... pero siempre está presente en el fondo. Si el Islam está en la picota por la cuestión del velo, existe una variante de la obligación de la mujer de ocultarse en la comunidad de judíos ortodoxos: ha de llevar peluca y taparse piernas y brazos cuando salga. En Occidente, en general y al margen del marco religioso, la tendencia sería más bien a la inversa: mostrar el máximo del cuerpo femenino siguiendo los dictados de los medios de comunicación, o lo que es lo mismo, del capitalismo liberal: el cuerpo se vende y vende. Entre la obligación de ocultarse ("Caerás en vergüenza si osas mostrarte") y la obligación de enseñarse ("Excítame, enséñame") estamos en ambos casos en un escenario machista, en el que la mujer no tiene parte alguna en cuanto a sujeto (excepto, de nuevo, para reproducir las conductas alienantes que el hombre "sugiere"). Objeto excitante de carne para los fantasmas masculinos, o metáfora de la censura masculina frente a lo indominable de los deseos: en ambos casos, el cuerpo femenino se considera el escenario (lugar de espectáculo y de consumación) de las proyecciones y frustraciones masculinas. Los hombres que aceptan desempeñar ese papel social machista en sus relaciones con las mujeres no se respetan a sí mismos más de lo que respetan a las mujeres. Porque el aceptar considerar al otro (humano y mujer) como un simple apoyo para sus fantasmas no puede sino mostrarle, como en un espejo, una condición humana decadente. Se puede argumentar, como contrapartida, que para algunas mujeres la relación con el hombre está construida de la misma manera, que se ve al hombre como un muñeco potencialmente utilizable según sus habilidades viriles. Es también un esquema, un reflejo que se apropia la mujer, un modo mimético de venganza por la opresión vivida después de tantos siglos, pero en ningún caso constituye la señal de un deseo autónomo, es decir, que considere al otro no como un objeto sino como un sujeto. Nos preguntamos: desear a alguien cuando no se le desea, poseer en términos de apropiación (el depredador dominante, el propietario) o de consumación ¿en qué consiste realmente? Sería entonces el sexo el que determinaría la posibilidad de conceder o no al individuo el estatus de sujeto, y no su realidad humana (independientemente del sexo). Otra pregunta: ¿cómo expresar esta negación de un sexo por el otro cuando está en la estructura misma (cultura, lenguaje) el que esa dominación se arraigue, se establezca? ¿La condición de asalariado convierte en sujetos a los que la viven? ¿Y qué hay de las poblaciones del llamado Tercer Mundo? En fin, no es el hombre, en tanto que hombre, el único responsable de la negación de la mujer en cuanto sujeto, sino en el sentido de ser un instrumento "privilegiado", un receso (posición que él podrá o no reivindicar, así como la mujer con su velo, dentro de una lógica alienada) de una ideología, de una organización social, económica y política que se construye, ya sea de una manera fundamentalista o más o menos democrática, sobre la negación y la división de los individuos.