martes, 24 de julio de 2007

Biografías para olvidar . (1) Negrín


Acordó con los soviéticos la entrega del oro del Banco de España. Desde 1937 estaba, secretamente, intentando pactar con Franco. De costumbres pantagruélicas, cenaba hasta tres veces. Belloch entregó 200 millones a su familia en concepto de indemnización. Lo que Negrín ha conseguido en la historia moderna de España no lo ha conseguido nadie. Robó al Estado, robó al pueblo, mató al Estado, mató al pueblo que servía a ese Estado, traicionó a sus compañeros de partido, Prieto y Largo Caballero, traicionó a su propia propaganda, pregonando la guerra final contra el fascismo mientras trataba de entenderse con él, según las órdenes de Stalin, que no era lo que se dice un demócrata. Llegó al poder engañando a los suyos. Pactó con los soviéticos la entrega del oro del Banco de España, entonces la tercera reserva del mundo. Se llevó todo lo que los revolucionarios robaron de las cajas de seguridad de todos los bancos y cajas de ahorro. Tras proclamar la resistencia a ultranza contra Franco, Negrín fue incapaz de luchar por un solo metro de Barcelona. Obligó a Manuel Azaña a un calvario porque no le ofreció más que dos plazas para huir de la Gestapo, abandonando a su gran amigo Rivas Cherif. Azaña no lo abandonó y así murió, de tan mala manera. Mientras miles de millones de dólares, robados y sin recibo, yacían en bancos suizos o americanos, cientos de miles de españoles casi morían de hambre en las arenas de Argelés y demás campos de concentración franceses, sin que Negrín moviera una peseta para auxiliarles. Después de haber obligado a millones de compatriotas a luchar «hasta el final» en una guerra perdida, le confesó a Araquistáin, su antiguo amigo del alma, que desde el 37 estaba intentando pactar con Franco, que es lo que les reprochaba a Prieto y Azaña, amén de Besteiro, el derrotista que finalmente dió con Negrín y los comunistas en tierra, aún al precio de entregar el cadáver de la República a Franco. Vivió como un rajá a costa del erario, no rindió cuentas a nadie del dinero de todos los españoles y, encima, consiguió que sus herederos recibieran un montón de millones de la administración franquista, de la ucedeista y de la felipista. Lo último que hizo el ministro Belloch fue entregar unos 200 millones a la familia Negrín en concepto de indemnización. ¡De indemnización al hombre que saqueó el Banco de España y todos y cada uno de los bancos españoles sin devolver jamás un duro y sin dar cuenta de lo robado a nadie! Reconozcamos que la historia de la picaresca, a veces entreverada con el crimen, estaría incompleta sin Juan Negrín, presidente del gobierno de la República y uno de los mayores embusteros de la historia de España. Tanto, que algunos historiadores turulatos lo consideran un héroe de la lucha contra la dictadura, a él que fue un dictador de principio a fin. Como gobernante fue nefasto. Como embaucador, estupendo. Fuerza es reconocerlo. Lo del crimen asociado al robo como medio de llegar al poder y conservarlo no es fantasía erudita ni interpretación discutible. Negrín echa del poder a largo Caballero, compañero de partido, porque está dispuesto a hacer lo que el viejo y cabezón estuquista madrileño se negó a hacer en España: un juicio contra el POUM como los de Moscú contra los comunistas de izquierda o simples antiestalinistas. Largo Caballero cuenta en sus Memorias que el día en que echó de su despacho al embajador soviético perdió el poder, pero que nunca pensó que tendría que tapar las escapadas sexuales de Negrín, siendo ministro de Hacienda, a los cabarés de París y Londres, acompañado habitualmente de dos damas, forma piadosa de llamarlas. Pero eso pertenece al capítulo de las malversaciones. Lo peor es que aceptase el encarcelamiento y asesinato del jefe del POUM, Andrés Nin, a cambio de ocupar el sillón de primer ministro. Porque fue su incondicionalidad hacia los soviéticos lo que realmente le dió el poder. Y lo único que queda por averiguar es desde cuándo les era incondicional. Posiblemente desde antes de la guerra, como Julio Alvarez del Vayo, al que ahora se descubre como hombre del Komintern desde 1934, a las órdenes de Willi Munzeerg. Negrín aceptó el asesinato de Nin y de la plana mayor del POUM, y llegó al extremo, que cuenta Azaña en sus Memorias, de intentar persuadir al presidente republicano de que lo de Nin era cosa de los nazis y no de los soviéticos. Hizo más: trató de que los jueces condenaran a Gorkín, Andrade y demás jefes vivos del POUM tras permitir que circulase un infame libelo que los trataba de trotskistas y nazis, prologado por Bergamín. No lo logró, pero fue tanto su empeño que el abogado de los poumistas tuvo que huir de España. ¡Y a esto que hizo Negrín le siguen llamando algunos la legalidad republicana! Cuando la idiocia y la ignorancia se juntan, resultan invencibles. Hay cosas en la vida que Negrín que, dentro de lo siniestro, resultan pintorescas. Cuenta Indalecio Prieto que un día llegaron a la conclusión sus espías de que alguien robaba medicamentos (aspirinas) de la mismísima sede del Gobierno. Investigaron y no encontraron ninguna pista, pero comprobaron de modo fehaciente que tubos y tubos de aspirinas desaparecían del despacho del doctor Negrín. Estaban a punto de detener a una secretaria cuando, un día, entró sin llamar al despacho, creyéndolo vacía, un escribiente y se encontró con don Juan Negrín embaulándose el segundo tubo entero de aspirinas, porque los tomaba de dos en dos. Añade entonces Prieto, en una formidable prosa mexicana, que las costumbres pantagruélicas de Negrín no se limitaban al ácido acetilsalicílico, sino a la comida, la bebida y las señoras. Que cenaba hasta tres veces, que bebía las botellas de dos en dos preferentemente champaña pero sin olvidar el vino- y que prefería acostarse con las mujeres también a pares. Hay rumores, sin embargo, de que la más famosa de sus amantes la compartió con uno de sus hijos. Es el rasgo de generosidad más evidente de su vida pública. Dice Prieto, y esto ya puede ser maledicencia, que, por comer y beber sin tasa, era capaz de vomitar al modo de los antiguos romanos, para seguir llenando el buche. Pero de esto no hay testigos. De lo del oro, lo del POUM y lo de las cajas saqueadas, sobran. Bien es cierto que muchos historiadores se niegan a ver las pruebas. De Tuñón de Lara a Tusell y Viñas, es tanto lo que se ha ocultado de Negrín que casi resulta violento descubrir algo de lo tapado. No importa. Si aceptamos como nuestros a todos, los buenos y los malos, aceptaremos también lo malo de todos, también de Negrín, como cosa nuestra. Que, en cierto modo, lo es. Porque el que Negrín llegara al poder, de la mano soviética, es culpa nuestra, de los españoles, que, a las alturas de 1937, seguíamos sin entender la naturaleza de la URSS. Ni le entendía Azaña, ni la entendía Martínez Barrio, ni la entendía Largo Caballero, ni Prieto, ni Besteiro. En realidad, el único que la entendía era Negrín, y por eso llegó donde llegó. Casado con una rusa blanca y conocedor, por tanto del sistema soviético, tuvo el gesto asombroso, si no profesional, de pedir al PCE que le escogiera a un secretario, en cuanto lo nombraron ministro de Hacienda. La cosa es tan fuerte que sólo Santiago Alvarez, en una hagiografía desinformada, es capaz de contarla sin escándalo. Naturalmente, le pusieron al lado a un comisario. Beningo Díaz, que reportaba cuidadosamente a sus jefes lo que hacía el ministro, en todos los sentidos. Pero ésa es la prueba mayor de connivencia de Negrín con los soviéticos, porque era necesario saber lo que era y cómo funcionaba el estalinismo para pedirle al PCE que te nombrara un secretario. Negrín embaucó a muchos con el cuento de que había que prolongar la guerra hasta que llegara la Guerra Mundial y nos sacaran de penas. Lo que realmente sucedió fue el pacto germano-soviético, que dejó a la República liquidada. Pero, antes de ese pacto, que mostraba hasta extremos obscenos que nazis y comunistas habían usado a España como simple teatro de sus forcejeos amistosos, porque allá se iban Hitler y Stalin, es seguro que Negrín estaba al tanto de lo que se tramaba y se trataba. Es seguro que Negrín sabía qué iba a ser de la República y, en consecuencia, de media España. Dispuso de los fondos robados e los bancos para fundar el SERE, presuntamente para ayudar a los presos y exiliados del campo republicano. En realidad, fue su modo de crear el partido que nunca tuvo, por lo menos español. Hay secretos que se fueron con Juan Negrín a la tumba, pero, la verdad, no creo que sea una tumba digna de ser visitada. Por si quieren datos que justifiquen algunos adjetivos, les recomiendo el libro de Olaya Morales La gran estafa. Trata de Negrín.