martes, 2 de marzo de 2010

Atún rojo: Crónica de una extinción

Tomar shushi o shashami, quizá es lo que más te suene de la palabra atún rojo. Pero el atún rojo es algo mucho más allá que comida. El atún rojo cuyo nombre en latín es Thunnus thynnus, es una especie emblemática del Mediterráneo. Lleva nadando por el Mare Nostrum mucho antes que nadie de los que leáis este post hubiese nacido. Filósofos como Aristóteles llegaron a hablar de las migraciones de esta especie, pero no fue hasta la época de los imperios fenicio y romano (2800 a.C.- 470 d.C.) cuando se le comenzó a dar un valor comercial a esta especie, pescándola a través de un sistema tradicional y sostenibles; las almadrabas. La antigua ciudad de Baelo Claudia, en la provincia de Cádiz, tuvo mucha importancia en el imperio romano, debido a la industria atunera.
El atún rojo es un pez increíblemente diferente al resto de los peces que habitan nuestros mares y océanos. Está considerado uno de los más poderosos y grandes. Puede llegar a pesar más de 600 kilogramos, alcanzar longitudes superiores a 3 metros y vivir más de 30 años. Tiene una temperatura interna de 21ºC que gracias a ella puede realizar grandes rutas migratorias, podemos encontrarle desde las cálidas aguas de las Bahamas hasta el Círculo Polar Ártico. Pero sólo se reproduce en dos lugares: el Golfo de México y el sur de las Islas Baleares.

Pero, como todo en la historia de la humanidad, llegó una época de codicia donde desde 1970 se empezó a pescar el atún rojo con el arte de cerco. Este negocio ha ido incrementando a medida que países como Japón han ido aumentando su demanda por la carne de esta especie. Hoy en día los atunes son capturados en todo el Mediterráneo de manera masiva con grandes redes de cerco, después son trasladados durante semanas hasta su punto final, las jaulas de engorde. Allí los atunes son engordados hasta que alcanzan un valor comercial suficiente para ser exportados a Japón. Toda esta presión pesquera ha llevado a la especie al borde del colapso, y a las pesquerías artesanales a la extinción. Triste ¿verdad?