lunes, 3 de octubre de 2011

Rostros de la verdadera crisis

Joaquín, Ángel, Juan Carlos y Francisco llevan años en paro y algunos han llegado a una situación insostenible, hasta el punto que se han tenido que ir a vivir a naves abandonadas

No tiene luz eléctrica, por las noches se alumbra con velas o linternas. Duerme en un colchón que ha cogido de la basura y descansa en un sofá recogido en la calle. Se alimenta de los productos caducados que desecha un supermercado cercano y calienta la comida en una parrilla sobre una lata, quemando alcohol de farmacia. Y si le sobra algo de comida, tiene que tirarla porque acuden las ratas que merodean por los alrededores. Se baña en un barreño con agua que recoge en botellas. Así vive Ángel Luis Carrasco, en una nave abandonada de la ciudad rodeada de basura y donde las ratas campan a sus anchas. A esta situación ha llegado por la falta de empleo.

Ángel saca unas sillas, también cogidas de la basura, y nos invita a sentarnos en la puerta de su "habitación", en un lugar limpio de desechos. A la conversación se une Juan Carlos Gutiérrez Pecci, "vecino" de la nave. Las moscas no paran de molestarnos durante toda la charla.

"Estoy mal, durante el día sobrellevo la situación, pero por las noches, cuando me meto aquí, alumbrado sólo con las velas y sin poder estar con mi familia, se me cae el mundo encima. Es triste. Es muy triste", se lamenta Ángel, a quien lo que más le duele de toda esta situación es no poder vivir con su mujer y sus cuatro hijos. Cuenta que ellos han sido acogidos por su suegra, porque en este lugar no puede meter a los niños. Por las tardes va a verlos y tiene que mentirles, les dice que vive en casa de su otra abuela. Además, está preocupado por su hijo pequeño, de dos años, al que le dan ataques de epilepsia. De hecho, la noche anterior a la entrevista, Ángel la pasó en el hospital con el niño.

Ángel vive así desde hace unos tres años. Y la situación empeoró en diciembre de 2010, cuando dejó de recibir la ayuda familiar. Él tiene 39 años y desde los 12 ha estado trabajando. Primero como peón de albañil, luego, en 1993, se embarcó en congeladores y mantuvo esta ocupación hasta hace cinco años, que cerró la empresa. Desde entonces, sólo le ha salido "algún chapú", un trabajo de barrendero por temporadas y otro en una empresa de pintura de carreteras durante seis meses. Todo ese tiempo vivió de alquiler con su mujer y sus hijos, y cuando ya no pudo pagar las mensualidades, "eché una puerta abajo en Guillén Moreno y allí estuvimos una semana, pero la policía nos echó", relata Ángel. Entonces fue cuando su mujer se fue con los niños a casa de su madre y él tuvo que buscarse la vida, hasta que encontró la nave abandonada donde vive ahora.

Pero este hombre no pierde la esperanza de encontrar otro trabajo. Cuenta que cada día se levanta temprano y sigue echando curriculum. "Yo no tiro la toalla, no puedo teniendo cuatro niños". Manda comida a sus hijos gracias a un vale para el supermercado que le entregan mensualmente en Cáritas y aprovecha cualquier oportunidad para conseguir algo de dinero para ellos: vende chatarra que pide a los albañiles en las obras o que recoge del suelo, aparca coches cuando juega el Cádiz y vende objetos, como juguetes que sus hijos ya no utilizan, en el rastro.

En la asociación de vecinos del barrio de Loreto le hicieron un escrito para recibir alimentos de Cruz Roja, "pero me pedían el certificado de empadronamiento, recibos de luz y agua..., y yo no tengo porque vivo en la calle, parece que no entienden esta situación", se lamenta Ángel, quien lo que más anhela ahora mismo es una vivienda para poder estar con su familia. Y para ello, "sigo buscando trabajo".

Juan Carlos tiene 42 años y también es padre de cuatro hijos. Él vive en las mismas condiciones que Ángel. Hace unos días se ha "mudado" de zona porque unos desconocidos intentaron prenderle fuego a la que antes habitaba. Ahora duerme en la "habitación" de una chica que se ha ido temporalmente a vivir con una amiga porque "ha cogido pánico" desde el día del suceso, según Juan Carlos, quien nos confiesa que él también tiene miedo. De hecho, tiene un tratamiento para la depresión y no toma las pastillas para dormir porque teme morir quemado. Y han puesto plásticos en el suelo para poder oír si entra alguien en la nave por la noche.

Este hombre también está yendo a que le curen una pierna, en la que cogió una infección debido al ambiente insalubre que le rodea. Y eso que él se ducha todos los días con una manguera y tanto él como Ángel tienen un aspecto aseado.

Juan Carlos cuenta que él siempre ha tenido una vida estable. Tenía su casa y era jefe de partida en cocinas de hoteles y restaurantes. Ha estado 17 años trabajando en un hotel en Tenerife y volvió a Cádiz porque solicitó un traslado laboral. "A los cuatro años de estar aquí, tuve un accidente laboral y a raíz de eso, perdí mi empleo. Después encontré trabajo en un restaurante y en ese momento me separé de mi mujer y caí en una depresión. Eso me hizo perder mi puesto de trabajo y perdimos la casa porque no tenía como pagarla. Ella se fue a Madrid con mis hijos, a una casa de su familia, y el dinero del paro se lo mandaba íntegro a ellos. Al principio estuve viviendo en casa de unos familiares y luego con un amigo que también se quedó en paro y se fue a Tenerife. Entonces me vi en la calle", relata Juan Carlos, quien lleva en la nave desde mayo de 2010. Todos los enseres de su casa los tiene en un guardamuebles, pero ya no puede pagarlo y está en aviso de desahucio. "Voy a tener que tirar todas mis cosas o malvenderlas", comenta con tristeza.

Afirma que cada día sale a buscar trabajo. "Lo que quiero es tener un sitio donde vivir y llevar una vida normal, como antes".

Juan Carlos quiere enseñar el sitio donde dormía antes, al que le prendieron fuego. Es desolador darse una vuelta por la nave, rodeada de basura, con agua estancada y putrefacta en algunas esquinas y con una zona quemada. Allí vive también una mujer de 60 años con su hijo, ya mayor, que por otras circunstancias también se han visto en la calle.

Francisco Guerrero es otro gaditano que sufre las consecuencias de un desempleo prolongado. Tiene 34 años, es calderero, soldador y tubero, y ha trabajado en Dragados, Astilleros de Puerto Real y Cádiz, y en varias contratas. Pero desde que empezó el año se encuentra en paro y pronto se le acaban las ayudas. Hace 10 años se compró una casa en el Río San Pedro y ahora no puede pagarla, por lo que la ha puesto en venta y tendrá que irse a vivir con su madre a Cortadura. "No tengo para pagar la luz, no tengo bombona, no tengo ni para comer. Caliento el agua en una olla y así me ducho, hasta que me corten el agua porque no tengo para pagarla", expresa Francisco.

Él está separado de su mujer y tiene un hijo pequeño. Cuenta que cuando le toca estar con él, le da vergüenza no poder quedarse en su casa. "La madre me pide dinero para los gastos del niño y no puedo pagarlos, ya le debo tres meses y no puedo darle a mi hijo ni un euro. Me duele no poder darle nada".

Afirma que intenta sacarse algo de dinero vendiendo el pescado que coge en un pequeño barco que tiene su padre en Puntales. "Pero hay días que no saco nada. Así no puedo seguir. Como gracias a mi madre, pero con ella viven también mi padre y mis hermanos, que tampoco tienen trabajo".

Francisco estuvo un tiempo trabajando en el Norte, con una subcontrata de Astilleros, pero tuvo que volverse porque no le pagaban dietas y con el sueldo no tenía para comer.

Afirma que está hundido. Ha ido a entregar curriculum a las subcontratas de Dragados, pero no ha podido entrar porque han cerrado el acceso. "¡Así cómo voy a encontrar trabajo!" Se queja de que en Cádiz hay pocas empresas y que en una obra tan grande como la del nuevo puente, no se ha contratado a ningún gaditano. "Desde el Ayuntamiento sólo se fomenta el sector turístico. Si la alcaldesa luchara por que en Astilleros de Cádiz no falte trabajo, se le daría de comer a muchas familias. Si se consiguieran dos barcos cada año, serían 4.000 puestos de trabajo", argumenta Francisco.

Joaquín Guerrero González representa otra cara del desempleo. Ha estudiado auxiliar de clínica y pintura decorativa. Al principio, tuvo suerte en el terreno laboral. Desde el año 97 ha realizado muchos y variados trabajos. Estuvo seis meses en Simago, luego en Hiper Cádiz, Champion y Aloha. Después echó jornales en portuario y de ahí, pasó a trabajar en una mensajería. Estuvo cuatro años de mensajero a pie para los organismos oficiales y después hizo labores de ayudante de tubero en una plataforma petrolífera en Puerto Real. Ha trabajado fines de semana en la limpieza del hospital Puerta del Mar y suplido una baja en la lavandería Europa. "Tengo 9 años cotizados y desde hace dos años y medio no recibo ninguna ayuda. Ahora, no dejo de enviar currículum a las empresas y aprovecho cuando me sale alguna chapuza de pintura, para ayudar en una mudanza o para echar una mano a un amigo en una tienda de frutos secos. Creo que ya lo que me queda es prostituirme", afirma.

Debido a su situación, no puede independizarse de sus padres, que son mayores y viven de la pensión del padre. "Yo quiero independizarme y tener mi trabajo. Es mi intención e ilusión tener un futuro", anhela este joven, quien asegura que lleva tres años enviando escritos a la alcaldesa para que le tenga en cuenta cuando salga un empleo en el Ayuntamiento "de lo que sea, de limpieza de playas, en los jardines, me adapto a cualquier cosa. Pero no me atiende. He mandado al menos 30 escritos, y uno de ellos en euskera, ya que en castellano parece que no me entiende. Siempre me derivan a otras personas. Yo sé que ella tiene mucho trabajo, pero ¿en tres años no tiene diez minutos para atenderme?"

Joaquín se rebela porque ve que otras personas con menos formación y experiencia que él, "sin carné de conducir y sin opositar", entran a trabajar en el Ayuntamiento y denuncia el "enchufismo" que dice que hay allí. Afirma que en el último escrito que envió a la alcaldesa a finales de agosto le indica con nombres y apellidos las personas con estas circunstancias que han trabajado en los últimos años en la limpieza de las playas. "¿Cómo entran esos señores? ¿Por qué a los que tenemos estudios o años cotizados no se nos presta atención? ¿Por qué no se me atiende?", se pregunta Joaquín, quien insiste en que está dispuesto a trabajar en limpieza, en llevar correo interno en cualquier administración o en el pabellón nuevo de cualquier cosa.

Y como él, Francisco, Ángel, Juan Carlos y tantos otros gaditanos estarían dispuestos a trabajar en lo que sea para poder vivir dignamente. Estos son sólo algunos casos, algunas circunstancias, algunos rostros, algunas personas de las muchísimas que sufren las consecuencias del desempleo en esta ciudad.