viernes, 6 de julio de 2012

Recortes en sanidad, recortes en calidad de vida

La calle donde vive Pedro no aparece en los mapas. Es empinada, con una sucesión de grandes escalones que la recorren de arriba a abajo, estrecha, encalada. No aparece en los mapas, pero en su pueblo, Alcalá de los Gazules, todos saben llegar. «No me suena la calle, pero dime a quién buscas. Ah, a Pedro sí, claro que lo conozco, y a su madre también. Está la pobre regular, muchas veces no se acuerda de las cosas. Y Pedro, bueno, él tampoco está bien. Pero ven, que te acompaño».
Al pie de la calle estrecha aparece un hombre de mediana edad, pantalón vaquero y camisa a cuadros. «¿Sois de La Voz?, pregunta, «pasad, aquí vivo yo. Esto es lo que hay». En apariencia nada hace sospechar la historia que se esconde detrás de este hombre de 45 años, pero sus ojos le delatan. Algo no va bien. Son muchos años ya de tratamiento. Esos ojos están más abiertos de lo normal. Tal vez sea por la medicación, tal vez sea que no se quiere perder nada de lo que pasa delante suya, bastante se perdió antes de que dieran con su diagnóstico.
Su casa es humilde. Su madre, a pesar del alzhéimer la cuida como puede, y Pedro a la vez, también como puede, cuida de su madre. La decoración brilla por su ausencia. Sobre la mesa dos tazas y una botella de Casera, eso, y un decena de cajas de pastillas. Lorazepan, Simvastatina, Dormodor, Paroxetina, Alprazolam, Codeisan... Pedro las tiene a mano. «De estas una por la mañana y tres por la noche. De esta tres al día. Esta con el desayuno. Estas dos a las seis, con el cafelito». No se le pueden olvidar, lleva veintidós años conviviendo con su rutina química. No lo ha tenido fácil, pero él tampoco se lo ha puesto fácil a los demás. Lo sabe, y es por eso por lo que más se ha pensado tomar la decisión que ha tomado. La vida que ha llevado en los últimos veintidós años se acaba en veinte días si alguien no lo remedia antes. Pedro deja las pastillas.
Hace solo unos días que entró en vigor la nueva normativa sanitaria por la que los enfermos crónicos tienen que pagar el 10% de sus medicamentos. En Andalucía se ha limitado ese pago a un máximo de 8 euros por persona, pero aún así, Pedro no está dispuesto a pagar. «Ya se lo he dicho a mi médico, que no pienso pisar la farmacia. Tengo una pensión de 384 euros y ya bastantes impuestos pago para que encima me vengan con esto. Yo soy un enfermo crónico, me tengo que tomar once medicamentos al día, pero sé que lo mío no tiene solución». El estómago o la cabeza le pondrán un límite algún día, lo asume, pero antes quiere luchar. «Lo hago no solo por mí, sino también para que otros puedan beneficiarse, porque ahora es este 10% en las medicinas, pero dentro de unos días será otra cosa, y en algún momento esto va a explotar», dice. Lo que más indigna a Pedro es tener que pagar en la misma proporción que cualquiera que cobre menos de 18.000 euros al año, cuando «yo no cobro ni 5.000».
Diagnóstico
Quiere ser valiente, pero tiene miedo porque sabe que las consecuencias pueden ser demoledoras. «Lo que tengo no lo deseo, he luchado por superarlo para no hacerle daño a nadie». Ya lo hizo, le dio una paliza a un cabo primero de su pueblo y llegó a ingresar en prisión por cometer un robo. Reconoce que ha tenido muchos problemas en la vida. Y a los suyos se unen los de su sobrino, ingresado en un centro tutelado desde hace años, y los de su hermano, «que mató a un hombre». Ellos dos tienen la misma enfermedad que Pedro mantiene a raya con sus once cajas de pastillas, «esquizofrenia paranoide y trastorno de la personalidad», explica. Saca un certificado médico: trastorno afectivo persistente; trastorno ansioso de la personalidad. Todo ello agravado por un cuadro depresivo derivado del abandono de su mujer y las deudas que arrastra desde entonces.
«Yo me conozco y sé que me voy a hacer daño, lo que quiero es no hacérselo a nadie. Pero quiero dejar una cosa clara, que de lo que me pase va a ser responsable el Estado». En los últimos días Pedro Espina ha intentado hablar con el Ministerio de Sanidad, con el SAS, con la Seguridad Social... «todos me han dado largas». Pero no se resigna, aún confía en que alguien le de alguna solución.
La historia de Pedro Espina es dura, pero hay que dimensionarla como es debido. En el Colegio Oficial de Médicos y en el de Farmacéuticos no han tenido constancia de casos similares. Saben que se ha provocado un malestar generalizado entre quienes antes no tenían más que enseñar su receta roja para recibir sus medicamentos y ahora tienen que pagar por ellos parte de sus pobres pensiones.
Puede que no haya más casos como el de Pedro, puede que sí. Él asegura que tiene constancia de que hay más personas que están dispuestas a imitarlo, y no le importa ser el primero. Las consecuencias de esta decisión pueden ser fatales. Lo asume. Igual que asume que no podrá volver a su trabajo como vigilante de seguridad. De la misma forma que asume que con solo 45 años tiene complicado rehacer su vida. Está acostumbrado a subir cada día por una calle empinada, tan encalada que puede deslumbrar a quien la transita. Puede ser eso lo que le ha sucedido. O tal vez esta sea la determinación más pensada y más dura de su vida. Está dispuesto a subir los escalones que hagan falta, aunque solo sea para abrirle el camino a los que vengan detrás, aún a riesgo de terminar perdiendo el equilibrio.