lunes, 27 de octubre de 2014

Cádiz: La vergüenza del hambre


Justo en la esquina, antes de desembocar en la calle Santiago, una mujer de unos sesenta años se detiene con su carro de la compra. Clava la mirada al suelo, niega varias veces con la cabeza y dice con voz muy baja a la joven que le acompaña, “no puedo. De verdad que no puedo”. La chica le acaricia el brazo y le responde: “Vergüenza ninguna, mamá, vergüenza por qué”...

El reloj marca las doce de la mañana, el calendario un jueves de finales de octubre -aunque el calor diga lo contrario-, acaban de publicarse los últimos datos de la EPA (Encuesta de Población Activa), Mariano Rajoy asegura que España está saliendo de la crisis, la cola junto a la Fundación Virgen de Valvanuz para recoger bolsas de alimentos también dice lo contrario.

“Habrán salido ellos, nosotros nos encontramos en el abismo”, afirma un señor de camiseta morada que podría llamarse Juan. Al lado su mujer, con un colgante al cuello en el que se lee Carmen. Esperan que Óscar, voluntario, pronuncie su nombre y pasen dentro para llevarse a casa “algo de legumbres, café, leche… Productos básicos”.

Desde hace tres años se sostienen con 620 euros al mes. La vida se torció una noche. Juan sufrió dos infartos cerebrales. Luego, una operación de corazón. Atrás quedaban veinte años de currículo laboral que muestra en un documento oficial. “Aquí traigo todos los papeles. Todos. Certificados médicos, laborales, facturas…” Muestra una carpetilla transparente que sujeta bajo el brazo. Él tiene 46 y la prohibición de volver a trabajar para los restos. Ella los mismos y la amenaza de que si consigue un trabajo -por poca que sea la remuneración- o ejerce en negro, le quitan para siempre la ayuda al marido.

La hipoteca del piso, 230 euros, la del coche -hasta junio- 220. Dos hijos de 17 y 13. “Es que nosotros antes vivíamos bien, pero enfermó y encima han recortado todas las ayudas”. Carmen justifica poseer un vehículo, o una casa, “parece que no tenemos derecho a ello si luego pedimos para comer”. La mayor de los dos pequeños quiere estudiar Medicina. Cursa Bachillerato, “pero la carrera cuesta mucho dinero”. El menor, de 13, a veces acude al colegio sin desayunar: “Hay días que nos podemos comprar ni una barra de pan”.

Ni ellos ni las más de 600 familias que atiende Virgen de Valvanuz. “Hoy repartiremos 53 bolsas”, explica Mila Aragón, responsable del centro. Los lunes, martes y miércoles atienden a las personas que acuden. Los jueves y viernes toca entregar los alimentos. Cuatro familias cada cinco minutos. Citan a una hora concreta, “para que no pasen la vergüenza de esperar afuera y que les vea la gente”.

Antes de estallar la crisis atendían a menos del 50 por ciento. “El problema es que cada vez vienen más. Así que no me vengan con cuentos de macroeconomía”. La mayoría proviene de la clase media. Desempleados que nunca se habían visto en una situación similar. “Aparecen con la cabeza agachada, llorando… Y eso los que vienen, porque existen los que necesitan pero les da corte pedir”.

No es el caso de Patricia Jiménez, en la treintena, “no hay más remedio, con vergüenza no se come”. Ni ella, ni su marido, ni su hijo de doce. Pide “por todos lados” desde hace cuatro años, el tiempo que llevan en paro ella y su pareja. “¿Llegar a final de mes? Yo no llego ni al principio. Es lo mismo. No tengo ningún ingreso”, cuenta con la voz rota y el rostro escuálido.

“Aquí, en Valvanuz, soy nueva”, aunque lleva tiempo acudiendo a la asistenta social. Unos encuentros que no han impedido que le cortaran la luz hace unas semanas. “Cuando veo o escucho a un político diciendo que hemos salido de la crisis, no sé. Me dan ganas de romper algo”.

No permiten ver las caras, en cambio, en el Comedor Virgen Poderosa, en la calle María Arteaga. El olor a guiso se escapa por la ventana e inunda el callejón. También, el patio interior del edificio, donde explican el contexto que atraviesan a cambio de no hacer fotografías ni escribir ningún nombre.

Al mediodía, como siempre ha sido, acuden a comer personas sin techo y con problemas de drogodependencia: “Cierto es que la cifra ha crecido un poco”. A primera hora, en cambio, o a la tarde, familias “de la llamada clase media”, que por vez primera necesitan una ayuda: “Este perfil sí que ha aumentado. Más del doble en los últimos años”. Se llevan los productos a casa, para que no desaparezca el ambiente familiar.

“Llegan desesperado. La alimentación es cierto que se cubre, pero el butano, la luz, el agua, o necesidades como unas gafas… Eso sigue descubierto”. Ciudadanos con casa o coche: “Es curioso, pero muchos no entienden que estas personas no eran pobres hasta hace dos días y que es algo que le puede ocurrir a cualquiera”. Y que por mucho que digan las cifras de la EPA, siguen, a diario, sobreviviendo gracias a la solidaridad. “Nadie, que yo sepa, ha encontrado trabajo en los últimos meses. Están los mismos”.

Aquellos que ni lo entienden ni se acostumbran a la situación. Algunos hacen cola bajo unas enormes gafas de sol. Como la mujer de rostro triste y mirada oculta que tira de un carro rojo: “No hijo, prefiero no hablar. Me da mucha vergüenza”.