martes, 17 de abril de 2018

Unas modestas reflexiones sobre las religiones generalizadas


Infinidad de veces se ha planteado la cuestión de si el ser humano siente intrínsecamente el sentimiento religioso o se le impone culturalmente. Creo que todavía no se ha llegado a una posición clara, ya que la gente se manifiesta tanto a favor de un concepto como del otro. Se llega hasta apuntar que el sentimiento religioso ha contribuido a la evolución del ser humano. 
 
El budismo, religión nacida en la India, según se cree, apuntó a unos valores, como la misericordia, el amar al prójimo como a sí mismo y tanto otros valores que fueron adoptados, después ya desde Judea, tanto por el judaísmo como por el cristianismo varios siglos más tarde y sobre el 600 de nuestra era por el Islam. Después, a través de los siglos, hemos ido viendo las diversas divisiones y fragmentaciones en que se han desarrollado las dichas tres grandes religiones monoteístas.

Ahora bien, sobre estos eternos valores los dirigentes de toda religión se han apresurado a organizar la sociedad con una estructura piramidal y, por supuesto, colocando a la cabeza al máximo dirigente, quien ha dictado normas y liturgias a seguir. Decía el papa León XIII: “Someterse a Dios es sujetarse a su voluntad para alcanzar la libertad”, y claro, quién diga cuál es la voluntad de Dios será siempre el prelado, el muecín, el rabino o el pastor, con pretensión de autenticidad y excluyendo toda otra creencia.

Son los “gurús”, de todas las sociedades los que han intentado siempre imponer su voluntad en detrimento de la libertad y la integridad del ser humano, los que siempre han estado contribuyendo a su esclavitud, se han amparado y, a su vez, se han servido de las religiones para perpetuar su eterna dependencia de un dios hipotético y así imponer su despotismo.

Construir Iglesias, sinagogas o mezquitas es someter a un dictamen preciso e interesado la voluntad de los creyentes, y no a los conceptos humanistas que cada religión posee, sino al dictado de quién la aprovecha en sentido propio.

Como arma política también juega su papel; formar a la gente dentro de un dogma con el odio y la oscuridad mental pertinente y dirigirla allí donde los intereses de un grupo determinado convengan, es una actitud demasiado frecuente. Occidente lo ha sufrido a través de toda la Edad Media y quizás ahora el mundo musulmán empieza esta oscura y nefasta trayectoria y que su Renacimiento se emprenda dentro de quinientos o mil años. El tema es preocupante, porque en el fondo estamos asistiendo a una proliferación de manifestaciones religiosas que nos tememos sean la rebelión de pueblos que, a falta de una salida social justa y próspera, a tantas y tantas frustraciones, encubran su decepción con un fanatismo religioso de resultados netamente alarmantes.

Y no obstante, es el mundo musulmán el que salvó de la barbarie y el fanatismo cristiano, la cultura griega tradujo al árabe los textos de los clásicos helenos, y gracias a ellos podemos hoy conocer las obras de Platón, de Aristóteles, saber de la filosofía de Sócrates y de tantos otros, nuestro antiguo patrimonio cultural es hoy un logro gracias a la cultura árabe, que nos la preservó durante el oscurantismo cristiano.

Los que nos hemos preocupado y estudiado el proceso religioso de nuestra humanidad, siempre nos hemos congratulado de los derechos ciudadanos que la humanidad ha ido adquiriendo. Queda ya muy lejos el Renacimiento, en que las mentes preclaras de un Bacón, Montaigne, Leonardo Da Vinci primero, y Hobbes, J.J. Rousseau, Voltaire, Colbac después, y tantos y tantos otros, que supieron eliminar aquellos tiempos de fanatismo y represión del Medievo, en donde la religión todo lo podía. 
 
Después de la II Guerra Mundial, las Naciones Unidas publicaron la Carta de los Derechos Humanos, derechos universales y con ellos pensábamos que la Humanidad había dado un paso de gigante en pro de una existencia más fraterna y respetuosa. Porque las religiones que empiezan con las mejores de las ideas acaban todas imponiendo el dogma particular de cada una hasta dominar al ser humano para que no ejerza su voluntad, sino la voluntad del “maestro” de turno y de cada creencia. Así, los adictos de cualquier credo se entregan sin condiciones al dictado impuesto por muy aberrante que este sea.

Si con el Renacimiento y la Ilustración se pretendió que el hombre empezara a ejercer su raciocinio, si pudiendo liberarse de todo concepto opresor empezaba a ser capaz de tomar en sus manos su propio destino, hoy asistimos a la proliferación de mezquitas, iglesias y demás centros de culto en donde no se razona, ni la verdad, ni la naturaleza humana, y se sigue el dogma en rigor del momento. A cuantas más personas fanatizadas en mensajes subliminales más obediencia al “rector”, que las conducirá allí a donde el grupo de poder del momento lo decida. Fieles convertidos en fuerzas destructoras de sí mismos y del entorno. ¿Es a través de estos jóvenes fanáticos que los países pobres plantan cara a los países que los invaden y los oprimen? Nos parecen muy magras victorias y tanto más que los dirigentes religiosos se sirven muchas veces de pobres criaturas mientras ellos se ponen a buen recaudo y luego, capitalizando el esfuerzo de esas víctimas, negocian con el enemigo.
 
Triste perspectiva a menos que las personas empiecen a ser capaces de andar su propio camino sin muleta religiosa alguna.

Artículo de Salomé Moltó
Revista cultural de Ideas Ácratas, "ORTO" nº 188